06 julio 2012

Adam Baldrige, Rey Pirata.

Adam Baldridge era un ex-bucanero condenado a la horca por una acusación de asesinato en la Jamaica de finales del siglo XVII. Hombre emprendedor, decidió probar suerte como mercader en el Océano Índico e instalarse en Sainte-Marie,una isla de ventiseis millas de largo y una de ancho,a menos de diez millas de la costa nordeste de Madagascar. No pudo elegir mejor lugar: contaba con un puerto recogido con una isleta en la boca que actuaba como fortaleza desde la que controlar la entrada y salida de barcos así como una serie de acantilados y arrecifes en los que poder situar unas cuantas bocas de fuego.


Baldridge instaló un puesto comercial en la isla amparado por Frederick Philipse, el mercader más rico de Nueva York que pretendía aprovecharse del filón poco explotado de esclavos negros en el África Oriental.
Cuando en Junio de 1692, la tripulación del barco pirata "Jacob", echó el ancla en Sainte-Marie dispuesta a gastar un botín que en el reparto equivalía a 400 libras por cabeza, el ex-bucanero descubrió un negocio igual de provechoso que el tráfico de esclavos.
Los comerciantes americanos equipaban los barcos y financiaban los viajes, y por lo general recibían buenos pellizcos por su inversión. Los funcionarios coloniales, como el corrupto gobernador neoyorquino Benjamin Fletcher, hacían la vista gorda frente a estos trapicheos a cambio de sobornos. Y así los negreros yanquis cargaban sus naves con Ron y cerveza, comida, ropa, pistolas, pólvora y cualquier otra cosa que pudiera agradar a los piratas, mientras Baldridge se encargaba de llenar sus barcos con esclavos negros así como los frutos del botín pirata  robado a las naves de la India como sedas, marfil, oro en polvo y joyas.
El dulce comercio era tan próspero en esta zona que incluso algunos barcos volvieron a las colonias de Norteamérica con bucaneros ricos que buscaban un retiro cómodo. Una vez que el negrero arribaba a su puerto de matrícula, desembarcaba de noche a los pasajeros piratas y su botín robado, de manera que a primera vista su negocio de trata de esclavos fuera perfectamente legal.
El afortunado Adam Baldridge destacaba en el centro de semejante mercado negro como un gran señor: construyó almacenes en la isla, así como una empalizada que le servía de fortaleza y una mansión al estilo colonial inglés desde la cual tenía una visión panorámica de su "reino" particular y en la que se rumoreaba estaba el harén más numeroso de Oriente, en el cual vivían sus jóvenes y numerosas esposas malgaches.
En 1697, Sainte-Marie acogía a una sociedad de piratas y vagabundos de los mares similar a la de Port-Royal o Tortuga en sus años de gloria, y así, Adam Baldridge se autoproclamó "Rey de Madagascar"; incluso tenía una corte a la cual acudían gente de toda la isla para que resolvieran sus pleitos. No obstante, el Rey Baldridge estaba condenado por su propia ambición:
Adquirió un bergantín, el "Swift", y decidió invitar a cenar en él a unas cuantas familias malgaches para después secuestrarlos y venderlos como esclavos. Los nativos se olieron la tostada, y en cuanto descubrieron los planes del traidor, provocaron una revuelta en la que atacaron la mansión matando a treinta piratas que allí residían. Destronado, Adam Baldridge puso rumbo a Nueva York, donde vivió como un modesto ciudadano hasta el fin de sus días.

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