06 septiembre 2016

Ataque a la Flota Portuguesa del Tesoro (1719)

Corre el año 1719. La balandra Rover, comandada por el recién elegido como capitán Bartholomew Roberts, hace escala en las costas del Brasil en su viaje hasta el Caribe desde el golfo de Guinea. Llegan al amparo de la bahía de Todos los Santos con la intención de hacer escala, y se encuentran una flota portuguesa de 42 navíos mercantes escoltada por dos buques de guerra armados con 70 cañones.
Flota portuguesa en Santa Helena, 1596.
Dice mucho de la audacia de Roberts que su siguiente orden fuera la de navegar rumbo a la bahía para infiltrarse entre los portugueses. Ningún otro capitán de la época se hubiera arriesgado a enfrentarse a tantos cañones juntos. Preferían merodear y apresar barcos menos lujosos y peor defendidos. Así, Roberts mandó a la mayoría de sus hombres esconderse bajo cubierta para dar aspecto de mercante con poca dotación y así poder navegar sin sospechas junto a la flota al amparo de la noche. Localizó un buque con la línea de flotación baja (señal inequívoca de que estaba bien cargado) y exigió al capitán subir a bordo mientras les apuntaban con todas sus armas.
Bartholomew Roberts.

En esta situación, el capitán portugués fue obligado a identificar al barco más rico de todo el convoy. Se trataba de una nave de 40 cañones con una dotación de 150 hombres y los piratas pusieron rumbo hacia ella con la intención de repetir la estrategia empleada en el primer navío. Usando al portugués prisionero como interlocutor, pidieron al capitán de la nueva presa acercarse al pirata para tratar un asunto importante. La reticencia de los portugueses alertó el genio de Roberts, que pronto se dio cuenta de que había sido descubierto y el barco enemigo se preparaba para defenderse. Inmediatamente ordenó disparar toda la artillería y aprovechando el humo de la andanada lanzó los arpeos y lo abordó.
La batalla fue breve, violenta y desigual. Los portugueses sufrieron múltiples bajas y los piratas solo perdieron dos hombres, pero ahora toda la flota sabía que estaban allí y los navíos lanzaban salvas de aviso e izaban banderines de señales en sus juanetes para alertar a los buques de guerra de que se había colado una raposa en el gallinero. Imaginen la tensión del momento, la sangre fría y el coraje que necesitaban los piratas para seguir las órdenes de Roberts en semejante situación. Uno de los barcos de guerra se aproximaba hacia ellos y la presa era demasiado lenta como para intentar la huida. Así que Roberts optó por luchar y se preparó para una batalla que jamás se produjo. Inexplicablemente el barco de guerra decidió esperar a su consorte y éste no terminaba de aprestarse para echar una mano. Tanta fue la incompetencia de los barcos escolta, que Roberts y su banda tuvieron tiempo de escapar con las dos naves, mofándose de la cobardía de los portugueses.
Los hombres de Roberts lo celebran en Surinam.
Pusieron rumbo al río de Surinam, en las costas de Guayana, y echaron el ancla en un lugar conocido como islas del Diablo. Allí procedieron a repartirse el botín del barco portugués: Un rico cargamento de azúcar, tabaco y pieles (Bienes de altísimo valor en los mercados europeos); 90.000 moidores de oro y toda suerte de joyas con un valor incalculable. Entre ellas había una cruz engastada con diamantes que estaba destinada al rey Joao V de Portugal.
Con un chispazo dorado empezó la carrera de Bartholomew Roberts, el último gran pirata del Atlántico y sin duda el de mayor éxito de la Edad Dorada.

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