19 agosto 2016

La Edad de Oro

Muchas publicaciones históricas en revistas y libros de consulta cometen el error de meter en el mismo saco a hombres como Henry Morgan, William Kidd o Jack Rackham, argumentando que todos estaban activos en los tiempos conocidos como "Edad Dorada de la Piratería" que duró desde 1650 a 1725.
No fue una edad de oro en el sentido estricto de la palabra, ya que ninguna era de robos y asesinatos merece semejante aura, pero se la conoce con ese nombre por ser el periodo del que se ha extraído la visión más romántica sobre los bandidos del mar, el periodo más documentado. De las crónicas de Exquemelin, Labat, Sharp o Johnson se han extraído las bases para crear a los capitanes Garfio, Blood o Sparrow de los que disfrutamos hoy día. Son el único vestigio, junto con ahorcamientos y testimonios de capitanes mercantes, del paso por la Historia de estos personajes. Ningún pirata construyó monumentos o dejó por escrito un diario de a bordo que pudiera servir como prueba incriminatoria en un juicio. 
El negocio del pirata dependía sobre todo de la situación política del momento y su repercusión con el comercio, y éste sufrió múltiples transformaciones a lo largo de todos esos años junto con la percepción que los hombres que lo desempeñaban tenían de si mismos o de parte del mundo colonial. Por mundo colonial nos referiremos sobre todo a Inglaterra y Francia, España como nación más rica en el Nuevo Mundo siempre vio a estos aventureros como un estorbo, al ser la primera damnificada hubiera guerra o no.
Así pues, nos encontraremos con tres épocas diferenciadas de la Edad de los Piratas:
Bucanero de Tortuga.

De 1650 a 1690 nos encontramos en el periodo de los Bucaneros. Estos individuos se consideran a sí mismos en muchas ocasiones "patriotas" ingleses, franceses u holandeses y se limitan a atacar las posesiones españolas en la América colonial, algunas veces con patente de corso y otras no, desde Port-Royal en Jamaica y La Tortuga, al norte de Haití. Suelen ser aventureros de las guerras de Europa que huyen al Nuevo Mundo en busca de fortuna, de ahí la efectividad de sus asaltos, que los hace capaces de enfrentarse y derrotar en muchas ocasiones a las mermadas pero curtidas guarniciones de  Portobelo, Maracaibo, Puerto Príncipe o Panamá.
Pertenecen a esta época hombres como Jean David Nau "El Olonés", Sir Henry Morgan o Edward Mansfield.
Henry Avery, "Archipirata".

En 1690 y hasta 1710, las guerras entre Inglaterra y Francia provocan un ambiente turbulento en el que los límites del corso quedan cada vez menos definidos. Al principio los viejos bucaneros se dedicarán a ser herramientas políticas al mando de hombres como el Barón de Pointis en el ataque a Cartagena de Indias de 1697, pero más tarde aflorará una nueva raza de ladrones. Estos nuevos piratas no rinden pleitesía ante nadie y zarpan de las colonias de Norteamérica rumbo a Oriente. En el Mar Rojo abundan las presas ricas y escasean los buques de guerra. Nace lo que se conocerá como "La Ronda del Pirata" alrededor de nuevas guaridas fortificadas en la costa de Madagascar.
Los capitanes de este periodo pasan a la historia por protagonizar algunos de los saqueos más exitosos protagonizados por pirata alguno, especialmente destacan los nombres de Henry Avery y Thomas Tew como pioneros de la Ronda.


Los piratas de 1715 a 1725 son los que merecen ese apelativo. Corsarios sin empleo después de la guerra o émulos de Henry Avery con ganas de hacer una fortuna rápida, son el azote de todas las naciones. La nueva y esperada situación de paz hace de estos piratas una amenaza mucho mayor para el recién establecido sistema atlántico. Echan el amarre en el puerto de Nassau, en la isla de Nueva Providencia, y venden discretamente en los mercados de las Bahamas y las colonias de Savannah, Charleston o Nueva York los botines robados en el Caribe o la costa atlántica de África. Es en esta época y gracias a la publicación de la Historia General de los Piratas en 1724, cuando se hacen conocidos los nombres de Barbanegra, Jack Rackham, Charles Vane, Bartholomew Roberts, Anne Bonny, Sam Bellamy, Oliver Levasseur o Ned Low.

Así pues, podemos tener ahora una perspectiva general de la Edad de Oro. No podemos considerar que el final de esta era marcara la extinción de la piratería como una especie de castigo divino, pero en lo sucesivo las penas por piratería se hicieron cada vez más duras y ésta pasó a un plano mucho más discreto de ataques aislados, nunca superando a los precedentes.

Grabado de Edward Thatch, Barbanegra, en una edición de la Historia General de los Piratas.

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